Desde muy pequeña supo que su pasión era ayudar a los demás, a aquellos que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad. A los siete años de edad descubrió la beneficencia e inició un largo camino, que, más adelante, se entrelazaría con acciones empresariales, financieras y sociales. Claudia Valladares es una emprendedora social comprometida con Venezuela y con el mundo.
Un día su madre les dijo a ella y a sus hermanos que debían arreglarse, tomar un juguete y algo para regalar porque iban a dar un paseo. Los llevó a la Cota 905, una popular barriada caraqueña caracterizada por su alto grado de peligrosidad. Al llegar, en menos de tres minutos, estaban rodeados de niños, repartieron juguetes, caramelos y juegos. Ese día Claudia aprendió que eso era algo que deseaba hacer por siempre.
“Para mí fue algo que marcó mi vida porque cuando trato de preguntarme por qué tengo estas convicciones y hago lo que hago siempre vuelvo a esa imagen. Me hizo entender que yo había sido muy privilegiada por simplemente tener una familia bien conformada y haber recibido tanto amor”, expresa con convicción y serenidad.
A los 8 años ya se apuntaba en misiones del bachillerato de su colegio que viajaban a comunidades indígenas remotas para ayudar a los más necesitados. Empezó a ir a Kavanayen con un grupo de misioneros, llevaban comida, ropa y recolectaron dinero para comprar un jeep para que así las personas pudieran transportarse.
Años más tarde, una amiga que continuó viajando a la localidad remota le contó que una de las religiosas que vivían en la aldea a la que iban le dijo: “¡Ustedes no saben cuántas vidas salvó ese jeep!”.
“Son pequeñas cosas que siempre han sido el motivo que más me lleva a accionar, el compromiso para ayudar a los que no han tenido. Mientras más recibes, más tienes que dar”, añade Valladares.
A los 18 años, cuando cursaba el segundo período de la carrera universitaria, creó junto a grupo de personas una organización sin fines de lucro que promovía los valores en la juventud y organizaban congresos para traer personalidades, incluyendo premios Nobel. Rememora uno de esos eventos que le pusieron por nombre “Luces y sombras de la democracia” que cataloga como una experiencia maravillosa al que asistieron más de 2.000 personas.
Luego surge un programa de beneficencia llamado “Compartamos”, un voluntariado que tenía como objetivo enseñarle a las personas de las comunidades vulnerables algún oficio con el que pudiesen subsistir y a cambio le ofrecían que pudiesen comprar una cesta básica de alimentos a menor precio que el del mercado.
Luego de concluir sus estudios decidió irse a hacer un año de voluntariado en México con la misma organización. Tres años más tarde le propusieron estar en la administración pública en Venezuela y entró al Instituto Nacional de Vivienda. Ejerció esta labor durante tres años y le pareció una experiencia fascinante porque pudo ayudar a damnificados que no tenían acceso a la vivienda.
En ese momento decidió estudiar el MBA y aplicó a las becas de Fundayacucho. Se fue a Chicago, en Estados Unidos, a estudiar. Al regresar su meta estaba clara: hacer un banco de microfinanzas junto con unos amigos. Decidió irse por cinco meses a Bolivia para poder aprender del área, ya que era uno de los sitios con mayor trayectoria en ese ámbito.
Todo estaba listo; sin embargo algo inesperado salió a la luz y comprometió el proyecto que contaba con inversionistas. Hugo Chávez, quien acaba de ganar las elecciones, anunció la creación del Banco del Pueblo y el Banco de la Mujer. Y quienes tenían el dinero dispuesto para darle motor financiero al proyecto posicionaron un “no” como respuesta porque “no querían competir con un banco de tal magnitud”.
“Me quedé super frustrada. Imagínate, tanto trabajo para que después me quede en ideas, en papel, en proyectos, en planes”, cuenta.
En ese momento, por recomendación de un capellán de la universidad Metropolitana —donde cursó sus estudios—decidió iniciar su vida laboral.
“¿Clo (como la llaman sus conocidos) por qué no te empleas? A veces entrar a una corporación también es un camino interesante para aprender de las empresas, de cómo funcionan. Es algo que hasta ahora no has hecho, siempre has estado en el mundo social y después en el sector público”, fueron las palabras de quien para ese entonces ella consideraba su guía espiritual.
Valladares es ingeniero en sistemas, tiene una Maestría en Finanzas, y es coach en la creación de nuevos Impact Hub en el mundo. Tiene una mente muy práctica, enfocada en la búsqueda de soluciones muy probablemente por la profesión que eligió, predominada por el género masculino. Sin embargo, combina esas habilidades con la intuición, y el buen manejo de emociones, según explica. Algo que le permitió desempeñarse con destreza en uno de sus primeros trabajos en Citibank Caracas.
Lo que suponía ser un paréntesis en un su vida laboral se convirtió en siete años de experiencia y aprendizaje dentro de la multinacional financiera, comentó entre risas. Luego llegó el traslado a Nueva York. Ahí, junto con su equipo, diseñaron un sistema de ventas para prestar asistencia de equipos de ventas de las tesorerías que distribuían productos financieros a grandes corporativos. Valladares, quien era la única mujer en todo el equipo de Latinoamérica entre 35 hombres, asegura que fue una “súper escuela”.
Estar rodeada de hombres, trabajar con ellos durante tanto tiempo la hizo reflexionar acerca de un hecho y comenta: “Hacerlo nunca fue un tema, pero hoy en día que lo medito digo: ‘Hay tantos espacios que las mujeres no hemos podido conquistar; y quizás, por eso, también hoy en día, estoy metida en promocionar el valor de la mujer empresaria para que llegue lejos en espacios que tradicionalmente han sido para hombres, no por alguna razón, sino porque simplemente hemos dejado esos lugares vacíos o nos los han cerrado’”.
Estando en Nueva York, durante su tiempo libre, estuvo vinculada a organizaciones no gubernamentales que llevaban a cabo actividades para recaudar fondos para Venezuela. Sin embargo, no terminaba de hacer el clic necesario y pensaba: “Debo dedicarle mi tiempo a cosas que realmente tengan un propósito, más allá de hacer que una corporación gane dinero o que yo gane dinero, quiero dar valor social o ambiental”.
Pasado el tiempo, Valladares decide retomar su pasión y piensa en que es momento de hacer algo que tuviese que ver más con ella. La llamada de una amiga coincidió con su propósito, diciéndole que había un proyecto en Banesco “que llevaba su nombre”. Decide aplicar y regresar a Venezuela.
Se trataba de presidir la banca comunitaria de la entidad bancaria en Venezuela. Al regresar notó que estaba sola en el proyecto y debía construirlo desde cero. Tiempo después, aquel plan se convirtió en 25 agencias, 620 empleados y en la entrega de microcrédito a más de 300.000 personas.
En 2013 dejó la banca. Le costó año y medio poder tomar la decisión. Es ahí, luego de años de traspiés para poder arrancar, y para poder armar un plan concreto, junto a cinco socios, decide iniciar de lleno con Impact Hub Caracas.
Hoy en día describe la experiencia de su empresa como una que le permite ver crecer a una comunidad de emprendedores innovadores, de gente que todos los días le apuesta a Venezuela. Personas que, según cuenta, creen firmemente en que el emprendimiento es el camino para salir de la situación que vive Venezuela. “Verlos crecer a ellos es ver crecer el camino del país”, añade.
Los viajes de Valladares
Siempre que Claudia viaja por trabajo intenta tomarse unos día extras para poder conocer las comunidades. Estando como coach de Impact Hub debió viajar en muchas oportunidades a África para poder dar asesoría a quienes deseaban iniciar un proyecto.
En uno de sus viajes a Etiopía, un grupo de personas y ella deciden ir a conocer un volcán. Para llegar a él debían pasar por una ruta muy larga y caliente donde solo viven unas comunidades nómadas en pequeñas chozas. Ahí debieron parar por un momento.
El jeep en el que se trasladaban fue bordeado por un grupo de niños que usaban turbantes con colores muy llamativos. Extendían la mano aparentemente como señal para pedir dinero. Pero la petición iba mucho más allá, querían bolígrafos para poder escribir y estudiar.
En otro lugar, en el mismo país, se le presentó una situación similar. Le pedían desesperadamente algo en una lengua que no logró comprender. Insistían por lo que Valladares debió preguntar a alguien cercano, y todo se tradujo a un hecho en concreto: los niños —de unos 13 o 14 años— querían que les comprase un diccionario porque querían aprender inglés porque estaban empeñados en ser guías turísticos.
La emprendedora venezolana al ayudar dice sentirse feliz, plena y su vida cobra sentido. “Me encanta ver al otro sonreír. De la gente más sencilla se aprende más. Me fascina dar y entregar, aprender de esas personas, de esas comunidades. Me gusta contribuir a que todos tengamos igualdad de oportunidades creo que es lo que yo aspiraría que el mundo fuera”.
En algún momento de su vida consideró irse a vivir a África por las necesidades que tienen las personas en esas comunidades; sin embargo, su arraigo venezolano le imposibilitó irse y decidió que si en algún lugar deseaba trabajar era en su tierra.
“Venezuela es mi hogar. Es un reto, y eso hace que sea excitante y divertido. A veces muy complejo y frustrante, pero lo importante es asumirlo y tener un norte claro. Venezuela merece un futuro mejor y un presente mejor y por ese es el que trabajamos”, asegura convencida de cada palabra que pronuncia.
Cuando muera le gustaría ser recordada como una persona honesta, coherente y como una emprendedora social apasionada por crear un triple impacto en el mundo. Aspira que su legado sea dar a conocer que el emprendimiento puede llegar a hacer un espacio de encuentro neutral, sin ideologías políticas, sociales, ni religiosas. Que es, sin duda alguna, una forma de unificar el país.
Ha viajado por más de 50 países, la mayoría por trabajo o estudios, y ha vivido en ocho ciudades, siempre bajo la consigna inicial que, según asegura, rige su vida: generar impacto social, económico y ambiental. Un triple Impacto —como le llaman en la empresa de la que es co-fundadora y directora en Venezuela: Impact Hub, un espacio de co-trabajo con sede en más de 100 ciudades del mundo —.
Experiencias de vida
Una tarde de diciembre del 2019, Valladares vestía sencillo, sobrio, colorido y con un toque ligero de seriedad. Unos zapatos negros con suelas anaranjadas altas, marcaban el contraste con su chaqueta negra de flores y una camisa del mismo color de la base de su calzado. Llevaba el cabello suelto y una sonrisa en cada frase. Es de trato amable. Nos invita a pasar a su oficina, charlamos e inicia una conversación variada acerca de su vida, sus experiencias, viajes y el mundo empresarial en el que ha ejercido.
La muerte de su padre, quien para ella era un ejemplo, una guía, su ejemplo, y a quien era muy unida; y el fallecimiento de su hijo Nicolás, de 14 días de nacido, en cuidados intensivos fueron experiencias que le marcaron la vida. De ahí aprendió a velar por el presente porque “nadie tiene la vida asegurada”.
“Eso me ha hecho vivir la vida con perspectiva y saber que lo único es lo que estamos viviendo, que es precioso y que hay que aprovecharlo. Es una conciencia muy grande de preguntarse el por qué estamos aquí y hacerlo todos los días”.
Hay un solo lugar que arropa el concepto hogar para Valladares, y ese es: Venezuela. Tiene sus raíces arraigadas a la tierra que la vio nacer, porque dice deberle muchísimo. “Todo lo que yo he aprendido y a lo que he tenido acceso siento que de alguna forma lo tengo que retribuir. Siempre me cuestiono y me respondo: ¿Dónde podría hacerlo? En Venezuela. No hay duda alguna”.
Cuando muera le gustaría ser recordada como una persona honesta, coherente y como una emprendedora social apasionada por crear un triple impacto en el mundo. Aspira que su legado sea dar a conocer que el emprendimiento puede llegar a hacer un espacio de encuentro neutral, sin ideologías políticas, sociales, ni religiosas. Una manera que considera, sin duda alguna, una forma de unificar el país.